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LA HABANA Y WASHINGTON, ¿IGUALES?

La muy sobresaliente y hermosa ilustración de Emii Design & Art, además de sus muchos valores formales y conceptuales, como metáfora simbiótica de esas dos realidades, también expresa una aspiración, un deseo, una intencionalidad, pero no un hecho. En ella ambas realidades son proporcionales, equivalentes. Pareciera que ocupan el mismo espacio y tienen las mismas necesidades. Y esta quizás sea una de las razones de por qué el Capitolio de La Habana es tan parecido al de Washington, casi una copia, aunque La Habana y Washington no se parezcan en prácticamente nada.

No hay dudas que los wannabe existieron siempre. Que los complejos de inferioridad, el querer o aspirar a ser, los sentimientos de otredad, y las imposiciones de todo tipo también han existido siempre.

Digamos que la idea está asentada en la creencia de que los Estados nacionales son o deben ser iguales y tener los mismos derechos frente a un orden creado a tales efectos. Y no hay dudas que es una ficción compartida tremendamente atractiva, que ha reportado algún que otro beneficio, y a la que de alguna manera hay que decir sí, que es así, sobre todo para quien debe buena parte de su formación al Derecho Internacional Público; que no hay dudas es así desde lo formal, desde lo aspiracional, pero no siempre ni tanto desde la realidad, desde la verdad concreta y verificable, esa que pesa a tiempo completo.

Las relaciones entre esos dos Estados, países y naciones, no son, no pueden ser, proporcionales. Y quizás con esto ya estamos adentrándonos en un problema que tiene numerosos antecedentes históricos, debates enconados, trincheras y pesos específicos determinados, pero que no debieran impedir que cubanos y estadounidenses alcancen una relación en la que se dialogue, se alcancen acuerdos vinculantes y se potencien mutuos beneficios.

Lo anterior tampoco sobreentiende que ser pequeño o más débil sea solo un desafío -que lo es. También es una oportunidad, como muchos otros han demostrado ante vecindades y poderes asimétricos; por lo que atender y potenciar esas ventajas, en lugar de la baja o exagerada autoestima nacional, debiera ser una necesidad de las fuerzas vivas de cualquier sociedad que aspire a la superación de los conflictos heredados y al progreso.

Cuba tiene ventajas que no ha sabido ni ha podido aprovechar para bien de su desarrollo social, económico e institucional. Ya se han visto los resultados de potenciar diferencias y no oportunidades, de promover beligerancias y no acuerdos. Y aunque sepamos que la responsabilidad ha sido compartida, también sabemos quién necesita y depende más de esa relación, quién sufre más. Las diferencias pesan más y se hacen mayores en medio del conflicto. Y son una carga mayor para los débiles.

Acá los retos mínimos siguen siendo los de siempre, para quienes aspiran acercarse a la razón y a la verdad verificables: controlar lo emotivo -en lo posible-, echar mano de hechos y datos, y no proyectar la realidad como uno quiere que sea o como debería ser sino como es.

En esa sutil diferencia muchas veces descansa el diseño y posterior puesta en práctica de acciones productivas, progresivas y posibles o, en su defecto, navegar en la mentira, el wishful thinking y la propaganda, con visiones y resultados que nada producen y que tienen una muy probable fecha de caducidad.

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