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Asamblea de Cineastas Cubanos

SED DE MAL

Más de seiscientos artistas de todas las manifestaciones y generaciones han expresado recientemente su firme rechazo a las autoridades culturales del país al considerar que, de forma arbitraria, se violaron principios y derechos de propiedad intelectual establecidos por la ley. 

Un documental, La Habana de Fito (Juan Pin Vilar, 2022) se ha convertido en la manzana de la discordia al ser exhibido en la televisión nacional sin el consentimiento de su autor. 

Imagen tomada del trailer del filme La Habana de Fito

Una ley (en este caso la 154/2022 de Derecho de Autor) se vuelve inoperante y malévola cuando deja resquicios para ser manipulada o interpretada a su antojo por el poder. No se pueden legitimar un grupo de derechos en un párrafo y negarlos en otro. Ya sé que es una práctica en muchas partes del mundo, pero lo que está mal, lo está para todos y debe ser enmendado.  

Es cierto que la legislación protege el derecho de los autores sobre sus obras, pero también, según la interpretación oficial, se los quita cuando el material se utiliza con fines de enseñanza o investigación (art 86.1 inciso e). Aunque el documental se presentó en un espacio del llamado Canal Educativo, es bueno aclarar que para la hora de transmisión, pasadas las 10:00 pm, la programación concebida para esos fines ya ha concluido. El programa Espectador Crítico, no pertenece a esa red de cursos y programas de carácter docente que se articulan en la televisión nacional. No es un espacio integrado o que complemente ninguna etapa específica de nuestros centros educativos y no se utilizó un clip o fragmento del filme para ampliar un contenido con intención investigativa. Mucho menos se proyectó en un plantel docente para propiciar algún debate.  

Aceptar como natural esa licencia, de exhibir sin autorizar, es leído por los artistas como extraña y peligrosa patente de corso que legitimaría toda la difusión pública de sus creaciones inéditas, no comercializadas, simplemente por estar situadas en… ¡El Canal Educativo!  

Abel Prieto, Presidente Casa de las Américas
Fernando Rojas, Viceministro de Cultura

Cuestionadas por los cineastas, las autoridades aceptan que se pudieron cometer irregularidades, pero éstas tienen un carácter excepcional y no deben preocupar a la comunidad. Todo el mundo entendería la guerra como excepción, una catástrofe natural de grandes proporciones o una devastación generada por desastres y pandemias, pero los del Ministerio de Cultura parecen tener su particular forma de entender lo excepcional.  

Los argumentos se suceden para acallar las críticas del gremio y cuando ya no queda ninguno, se recurre al antiguo mantra de Palabras a los intelectuales, el discurso pronunciado por Fidel Castro en junio de 1961, del que sólo suelen citarse algunas frases: «…dentro de la Revolución, todo, contra la Revolución, nada, …porque el primer derecho que tiene la Revolución es su derecho a existir y contra ese derecho, nada, ni nadie». 

Al ministro de cultura no le es suficiente citar a Fidel, sino que también acude a Alfredo Guevara, recordándoles a los cineastas una entrevista en la que el fundador del ICAIC habla de los sucesos alrededor del documental PM (Orlando J. Leal-Sabá Cabrera Infante,1961) donde dice: «si teníamos que prohibir, prohibimos». 

Siguiendo esa lógica de ¡aquí mando yo!, los funcionarios culturales han descontextualizado convenientemente eventos históricos para colocar al documental en la categoría de obras contrarias a la Revolución. Un filme que pone en peligro la estabilidad de la nación y, ante eso, no hay leyes que valgan.     

Uno pudiera preguntarse: ¿cómo es posible que tal proyecto recibiese ayudas de un fondo institucional? Si la película, ya terminada, fue apreciada y aceptada por los directivos del ICAIC, ¿cuándo se volvió contra la Revolución? ¿Cómo es posible que, con el visto bueno del organismo, clausurara un festival en New York con fuerte presencia de filmes e invitados cubanos?   

En el contradictorio relato del viceministro Fernando Rojas (reunión del 23 de junio), se nos dijo que nunca hubo censura cuando éste y otros filmes fueron retirados de un programa audiovisual a fines de abril, en la sede del grupo teatral El Ciervo Encantado. Según sus palabras, las directoras del proyecto cometieron un error de procedimiento cuando comunicaron a las autoridades culturales un programa que luego sufrió cambios. ¿Era muy difícil aclarar el asunto públicamente y reprogramar las proyecciones para otra semana? 

Se ha llegado a decir (leer artículos en La Jiribilla, plataforma del Ministerio de Cultura) que Juan Pin Vilar quería armar un show pues sabía que su obra sería prohibida, y tal hecho se integraba perfectamente a la guerra cultural contra Cuba (¡!) Me detengo un momento en este punto pues, como es habitual, el aparato mediático oficial despliega su dramaturgia criminalizando al director, asociándolo con fuerzas enemigas, insultándolo en las redes y espacios audiovisuales, presentándolo incluso como un astuto manipulador que esconde perversas intenciones. Ellos pueden decir lo que quieran, pero al acusado no se le permite derecho a réplica. La idea es destruirlo, moral y profesionalmente, mostrándolo como un enemigo del pueblo.  

Artículos publicados por La Jiribilla

Lo cierto es que el realizador y los directivos del ICAIC habían mantenido conversaciones plenas hasta el infausto día y las siguieron teniendo después. El presidente de la institución le había comunicado al productor Ricardo Figueredo posibles itinerarios del filme en nuestro país. Mientras eso ocurría en La Habana, los representantes de Fito Páez gestionaban el tema de sus derechos musicales con Sony, la multinacional propietaria de ellos. En el documental se escuchan varias piezas de su repertorio y hay cuestiones legales que deben dirimirse con respecto a su difusión.   

Pocos saben que el proyector de El Ciervo Encantado tiene desperfectos técnicos y el propio Juan Vilar gestionó uno, que fue instalado en la sede del grupo teatral para ese frustrado Jam Audiovisual, del cual se benefició el único programa autorizado ese fin de semana conformado por cortos de la FAMCA-ISA. ¿Cómo sostener el disparatado argumento de que el director tenía una pérfida intención?    

Tras el incidente de El Ciervo, pasaron semanas en las que Vilar propuso a la dirección del ICAIC presentar su película en la sala del Chaplin, como había ocurrido con las otras obras premiadas bajo el Fondo de Fomento. Una presentación puntual, sin fines comerciales (en varios sitios también lo acusaron de querer enriquecerse con el filme), siguiendo la rutina establecida por el propio decreto ley 373 sobre el cine independiente y los proyectos ganadores del Fondo. Pero tal propuesta jamás fue autorizada.  

El realizador sostuvo varios encuentros con las autoridades, pero ahora ya no se hablaba de reprogramar o estrenar sino de mutilar la obra. Se hizo evidente que nunca se trató de un lapsus burocrático de las directoras de El Ciervo Encantado sino de una cuestión relacionada con los contenidos del filme. Alguien, en alguna instancia, decidió de pronto que se tergiversaba la historia de Cuba y, por tanto, había que controlar y prohibir. 

Dos fueron las escenas de la discordia. En una, Fito, tras un concierto en la Plaza de la Revolución, recuerda la desaparición de Camilo Cienfuegos en 1959. Evoca el trágico suceso para invitar a los jóvenes a interrogar el pasado, para ver la Historia desde otras perspectivas. En otra, muestra su rechazo a la pena de muerte aplicada contra unos secuestradores de lancha en 2003. Dos momentos que debían ser extirpados del filme. Su director no accede, porque no ve problema alguno en ello, y la película ya ha sido vista en determinados espacios. Entonces las autoridades dan un ultimátum y todo alrededor del documental empieza a precipitarse.

Otra vez, un funcionario o grupo de ellos conspiran contra una obra artística y sus autores. Su obsesión con el control del pensamiento y las lecturas oficiales de la Historia los llevaron a intervenir. ¿Cuántas veces hemos visto tales eventos en nuestro entorno? No hay que ir muy lejos, ahí está el caso de Santa y Andrés (Carlos Lechuga, 2016), filme prohibido, a expensas del criterio de una comunidad de cineastas que lo defendió. También aquí, una secuencia «incómoda» (la del acto de repudio contra Andrés) debía ser suprimida y, como es conocido, su director se negó.    

Cuando el 10 de junio una copia no autorizada, y sin su corte final, fue exhibida arbitrariamente en la televisión nacional, hay un correlato de implicaciones políticas generadas por el errático y torpe accionar de los funcionarios culturales que se intenta conjurar. Un artista de primer nivel, amigo de Cuba, se mostraba con razón irritado por la intriga alrededor de una obra donde él, Fito Páez, es sujeto y voz principal. La cancillería argentina, a solicitud del músico, había intervenido indagando por lo sucedido. Juan Vilar y Ricardo Figueredo se entrevistan con el embajador argentino en La Habana. Un viceministro de cultura cubano sostiene intercambios (que van subiendo de tono) con el representante de Fito al que se le llega a decir que sus opiniones sobre Cuba son superficiales y marcadas por las campañas contra nuestro país. Se intenta zanjar las diferencias invitando a Fito a La Habana para que dé un concierto. Eso no es posible, hay una gira internacional que ya está conformada y a punto de comenzar, pero sobre todo hay un ambiente degradado y una mirada retorcida sobre las libertades y los derechos de artistas cubanos que el músico argentino no puede validar.           

La versión oficial señala que tuvieron que exhibir el documental en televisión para, por una parte, destruir la idea de la censura y, por otra, alertar al pueblo cubano (¡y al mundo!) de interpretaciones erróneas sobre sucesos de nuestra Historia que allí se trataban. El ministro Alpidio Alonso dijo, enfático, que tal cosa no podía permitirse, pero, ¿a qué espectador le está aclarando el funcionario, si nadie en Cuba ha visto el documental? ¿Qué estado de opinión pública se tiene que desmontar? ¿Quién dio la orden de suspender la proyección en El Ciervo Encantado, para luego insistirle al director que corte dos secuencias? ¿Qué pervertida concepción es esa en la que el arte debe ser explicado y desmenuzado por especialistas antes de su apreciación por los espectadores, incapaces por sí mismos de leer o entender su discurso? 

La mayor incoherencia es que si tal cosa (¡proteger al pueblo de las intenciones oscuras del arte!) fuese legítima, el ministro debería renunciar y su organismo desaparecer por incompetentes, pues si a estas alturas los ciudadanos no pueden discernir «correctamente» lo que alguien dice en dos minutos de una película, toda la política cultural y educativa de seis décadas de Revolución salta por los aires. 

Fito Páez no miente, no manipula la Historia de nuestro país, no es irrespetuoso con la isla, solo evoca pasajes de su vida, en un sencillo documental estructurado sobre sus recuerdos, sentimientos y memorias. Juan Vilar no ha puesto en peligro, como se dijo en televisión y en tweets oficiales «la hermosa relación de amistad de Fito con Cuba», sino que son precisamente ellos, los funcionarios con su irresponsable proceder, los que la han contaminado. 

Los hechos nos llevan también a otra dimensión, como han expresado cientos de artistas. El rol jugado por la UNEAC en todo esto es vergonzoso. Se ha callado, cuando ha debido colocarse al lado de los intelectuales y artistas. ¿Cómo entender que tantos de sus miembros se sientan agredidos y ninguneados sin que la asociación que… ¿los representa?, los apoye?  Aquí tampoco hay nada nuevo pues en Cuba ya todo se presenta como un déjà vu

Asamblea de Cineastas Cubanos

La ira de los cineastas no es casual, no es un pataleo, como algunos suelen despectivamente anotar. Desde inicios de los sesenta se han producido múltiples eventos de censura y confrontación con las instituciones o figuras del Partido. Ahora mismo hay cientos de películas que no se exhiben en nuestras salas por todo tipo de sospechas y prejuicios. Varios cineastas recordaron acontecimientos similares (los debates por una ley de cine hace 5 años) donde fueron tratados por parte del aparato cultural como quintacolumnistas y agentes de la contrarrevolución (¡!) 

Es una regla, un modus operandi, practicado década tras década, contra todo aquél que discrepa de un canon o no sigue la corriente dominante. Basta con leer los mensajes y posts en redes sociales emitidos por altos funcionarios el pasado 10 de junio para apreciar una recurrencia, una forma enfermiza que mezcla desprecio y soberbia hacia los cineastas y la comunidad artística que los apoya.          

No es un problema de la Revolución sino de un concepto incorporado en el ADN de un sistema y en muchos de sus funcionarios, quienes no saben o no quieren gestionar las críticas o el disenso. Para ellos el arte debe ser bonito, entretenido, dirigido siempre a ofrecer valores, consejos y soluciones al pueblo. Los creadores pueden articular diversas formas y transitar por estilos o estéticas, pero cuando se trata de observar críticamente la realidad, el miedo corroe el alma del poder. 

Uno puede revisar los discursos, las cartas, las «notas al margen», los «prólogos» y las órdenes emitidas una y mil veces contra los artistas «díscolos» y encontrará las mismas palabras, acusaciones y enfoques.

Los sucesos alrededor del documental de Juan Vilar son excesivos y surreales. Una muestra del rumbo fatal que ha tomado cierta jerarquía cultural en la isla que, obsesionada en su lucha contra la «banalidad impuesta por el imperialismo», olvida mirar de frente los enormes problemas sociales y, por tanto, culturales, que nos asolan. 

No hay sólo una guerra contra Cuba, hay una guerra brutal y esencial en todo el mundo contra los fundamentalismos, el fascismo, las ideas retrógradas, las discriminaciones y las  exclusiones que cada día parecen ganar terreno. Si verdaderamente se quiere salir adelante en esa contienda, hay que empezar señalando y barriendo toda manifestación totalitaria de censura, segregación política y represión que reproducimos en casa. Nunca será legítima una lucha contra una hegemonía o dictadura del pensamiento si el resultado genera otra similar.

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Gustavo Arcos Fernandez- Britto: Graduado de Historia del Arte por la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana (U. H.) Profesor de la  Facultad de Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA), Universidad de las Artes, donde imparte los cursos de  Cine Cubano, Apreciación e Historia del Cine Universal. Se ha especializado en los estudios acerca del cine y la imagen audiovisual de la isla. Vive y trabaja en La Habana. 

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