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¡ABAJO LA ESCORIA!

En el año 1972/73 vi como paraban a una niña de mi aula delante de toda la escuela primaria por haber llevado entre sus libretas un sello postal con una imagen religiosa. En los días previos a ese acto hubo preguntas a los niños de mi clase sobre si habíamos visto el sello. También escuchamos alabanzas a la patria, referencias al expediente escolar y advertencias. Dirección y maestros dejaban claros los límites de lo prohibido y sus consecuencias, no el por qué. Si bien muy poco podíamos entender, unos días después a Clarita no la vimos más. Es muy posible que durante muchos años esa niña y ese evento siguieron pesando sobre cada una de nuestras conciencias. No dudo que hasta hoy.

También en la oscuridad de los 70’s un día mi cuadra amaneció tomada por las fuerzas del orden. Policía, G2 y barrio revuelto en el susto, la bola y el cuchicheo. Todo porque en un muro de la cuadra alguien había pintado el símbolo de Paz, Amor y Libertad, tan propio de pacifistas, rockeros y frikis. Pocos días después supimos de la detención de un vecino, adolescente y de pelo largo, a quien llevaron de paseo y no se le vio por buen tiempo. Luego se dijo que no solo pintaba símbolos pacifistas sino que llevaba una vida tan reprobable que lo llevó a fumar marihuana, algo de lo que no tenía la más mínima idea entonces. El barrio se alejó del chico y su casa como apestados, conflictivos y raros.

En el 80, en secundaria, tenía un vínculo afectivo, una novia de pasillo, una pareja de papelitos con corazones, estribillos de canciones, risitas y miradas cómplices, que una noche espantosa, de esas que se te graban a escala celular, de las que no dejan de gotear, me contó, en medio del llanto y la impotencia, que se tenía que ir del país porque así lo habían decidido sus padres. Aunque seguíamos sin entender mucho era evidente que estábamos viviendo momentos de acosos, huevos y papas podridas contra ventanas, golpes y pintadas, algo entonces cotidiano. Los días y eventos se precipitaron cuando tocó hacerle el repudio a esa muchacha, víctima por partida doble, quien para peor suerte vivía en la misma cuadra de la escuela. Si bien muchos nos negamos a gritar y ofender, “Que se vaya la escoria”… “Pin Pon Fuera, abajo la gusanera”, todos lo vimos pues sacaban a los grupos enteros, a la escuela completa, y la plantaban delante de las casas. Para los no dolientes, que eran la mayoría, aquellas manifestaciones tenían cierta compensación pues se acababan las clases y quedaba más tiempo para jugar pelota o empinar chiringas de portadas de Bohemia. Después de eso nunca más la vi pues su casa se cerró a cal y canto. Solo sé que se fue y que también pesa.

En 1983, en la previa del Servicio Militar, me negué a dar mi disposición a ir a Angola y a saltar en paracaídas. En mi pelotón otros tres hicieron lo mismo. Al otro día, en la formación de la mañana, nos pararon delante de toda la Unidad mientras un coronel se burlaba y nos llamaba “niñas, cobardes mariquitas que seguramente usábamos blumers”, y por flojos nos debían tocar las tareas correspondientes a los débiles de carácter: limpiar baños y atender el comedor hasta que fuéramos trasladados de Unidad pues en la Brigada de Desembarco y Asalto no había espacio para personas como nosotros cuatro. La mayoría de los soldados rieron mientras se invocaba a la patria, al patriotismo, a la hombría, y a toda esa monserga violenta que iguala y estandariza a la fuerza. Qué suerte ser cobarde a los ojos del coronel, pero más importante, qué honor salir de allí…

En 1990, en una marcha de las antorchas, convocada por la universidad, mientras íbamos matando el tiempo y riéndonos por San Lázaro abajo, un grupo de vecinos nos gritaron y ofendieron desde los balcones y azoteas. Nunca supe exactamente qué dijeron y no hacía falta. El grupo en el que iba no estaba para confrontaciones ni bretes sino para divertirnos pues éramos bastante jodedores y gregarios, cumplir una tarea de la universidad ante la que había poca o ninguna opción y seguir de largo. Entonces el que estaba al frente de la marcha nos recriminó públicamente nuestra “blandenguería”, nuestra tibieza, por no haber subido a las casas y enfrentado con determinación a los burlones, e incluso nos amenazó con análisis posteriores, algo más serio para una facultad que esperaba fueras intachable, un baluarte ideológico a toda prueba, según sus estrechos y obligatorios moldes. Para algunos pocos era virtuoso ese tipo de enfrentamientos. Lo habían aprendido como una necesidad para ir escalando hacia un estrellato del que siempre me pregunté cuál o para qué. Ese muchacho, de rostro transformado, entusiasmo beligerante y bigotico Berlin años veinte todavía pesa.

En 1994 asistí como espectador al Maleconazo pues vivía muy cerca, y de pronto mi esposa y yo, rodando bicicletas, nos vimos atrapados entre calles cortadas, grupos enfrentados, empujones y malas palabras. De un lado los que gritaban “Libertad” y del otro las rastras del Contingente Blas Roca con palos y cabillas, quienes aparecían como fuerza parapolicial ofendiendo y violentando a ciudadanos simples. Hubo corridas, forcejeos, golpes, violencia, incluso hacia personas que nada tenían que ver y estaban ahi de paso.

En 1998, en el Minrex, un día convocaron a todos los trabajadores a ir al malecón para evitar o contrarrestar una posible marcha disidente. De nuevo algunos nos negamos, reeditándose el viejo debate en torno al principio de voluntariedad para formar parte de las Brigadas de Respuesta Rápida. Aquel era un tema recurrente para los pocos que decían NO y lo sostenían. También el de la no participación en el Programa Alimentario. De los muchos que a lo largo de seis décadas dijeron NO a las tareas del Partido y el gobierno muy poco se ha dicho, aunque tal vez ahí esté la mayoría pues ninguno de esos actos constituyen eventos espontáneos ni masivos. No sé en qué habrá terminado aquel acto específico pues, como hice siempre, yo me iba a mi casa, en sentido contrario a los que por disciplina participaban en marchas, concentraciones y discursos, hasta que me gané sepetecientos calificativos y prohibiciones oficiales por “problemático, apático y liberal”, y hasta que ellos y yo no pudimos más uno con el otro. Qué bueno… Esto último no pesa.

Hace relativamente poco, vimos con asombro el mítin de repudio que protagonizaron las Damas de Blanco hacia una de sus integrantes. No fue el único evento de este tipo entre las filas contrarias al castrismo pues en Miami, cada tanto, ocurren eventos similares, pero sí es demostrativo de que acciones de este tipo forman parte inseparable del arsenal con que cuentan los cubanos para gestionar apoyos y disidencias políticas e ideológicas.

Estas acciones forman parte del ADN de una nación enferma y violenta, como cualquier condición que se ha ido asentando desde antes, mucho antes, desde que éramos niños, cuando nos dividían entre simpatizantes, apáticos y contrarios.

(Cont…)

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