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El Presidente Biden presumió casi una docena de veces de los logros de su administración, pero dijo que le quedaba más por hacer. Foto: Haiyun Jiang/The New York Times

BIDEN, EL GOP Y EL ESTADO DE LA UNIÓN

Doce veces Joe Biden repitió ayer Let’s finish the Job, en su segunda entrega del Estado de la Unión. 

Dicha reiteración no es gratuita ni cosa de viejos que olvidan la frase anterior. Él bien sabe que el reto más grande que enfrenta su gobierno no viene de Beijing o Moscú, de la inflación o la persistencia del Covid-19, sino de la mínima pero infranqueable mayoría republicana en el Congreso. Él sabe que se opondrán a casi todo como ya es habitual en la política norteamericana de las últimas décadas.

Algo de esencia está bien roto en Washington para que estos dos contendientes, dizque demócraticos y patriotas, se comporten como enemigos, e impidan, una y otra vez, alcanzar políticas de Estado sobre temas tantas veces postergados. 

Quizás todavía sobreviven con fuerza los abismos de la Guerra de Secesión, las resistencias a las Enmiendas XIII, XIV y XV y la Ley de los Derechos Civiles, el duro golpe de un afroamericano en la Casa Blanca, entre otros hechos que parecieran un desvío intencional hacia divisiones lejanas aunque vivo convencido que si se mira a profundidad esas marcas siguen ahí y constituyen causas.

Lo cierto es que hay dos visiones de la política, la sociedad y el mundo bastante contrapuestas.

Pero sigamos en el ruedo de ayer sobre las cuestiones más cercanas.

Biden les pidió a sus colegas del Congreso, muchas más que doce veces, apoyo para objetivos que con toda seguridad caerán en saco roto. Y él lo sabe; que son escasas las tareas con apoyo bipartidista. Sabe que no habrá apoyo republicano para el control de armas de asalto. No habrá apoyo en Roe vs Wade y las políticas institucionales para la planificación familiar. No habrá apoyo y sí resistencia a los controles sobre las farmacéuticas y las corporaciones. No habrá apoyo para una reforma migratoria. En fin, los republicanos harán lo posible y lo imposible porque a este gobierno no le vaya tan bien, aun a costa del poderío norteamericano en el mundo y el progreso de la nación.

Entonces hay que concluir que Biden cumplía un deber ser y buscaba hablarle a ese importante sector intermedio de la sociedad norteamericana. Y es ahí donde tiene sentido que buena parte de su énfasis buscara el apoyo que no tendrá de la mínima mayoría republicana en el Congreso. 

Las resistencias y negativas republicanas serían equivalentes, desde el punto de vista del toma y daca y la generación de consensos, a las que hicieron los demócratas al Muro de Trump, las prohibiciones de entrada a los nacionales de países musulmanes, las trabas al programa DACA, y muchos otros intereses republicanos que tuvieron que ser canalizados por decretos presidenciales. Con la clara diferencia de quién apunta a cierta noción de progreso y quién busca encerrarse y resistir los temas y preocupaciones de alcance global y de inclusión de las y los diferentes.

Ayer vimos a un presidente norteamericano ambicioso, triunfalista, entusiasta, por momentos persuasivo, mientras en otros recurrió a la carta nacionalista, promoviendo valores e ideas sobre el «excepcionalismo norteamericano» e incluso coqueteando con el «America First» de Trump al referirse a las producciones Made in USA y los ciclos y direcciones productivas globales, que debían comenzar en Estados Unidos, dijo.

Tuvo momentos destacados, como cuando se refirió a que la democracia no debía ser una cuestión partidista, cuando mencionó sus indiscutibles logros en la promoción del empleo, la contención a la inflación y el Covid-19, la recomposición de las alianzas externas y la claridad acerca de las amenazas.

Biden también fue a fondo al hablar de infraestructura, calentamiento global, los desorbitantes costos de los medicamentos, la defensa del Medicare y la Seguridad Social, la necesidad de aumentar los impuestos a las corporaciones y los más ricos y el control de armas. Y se excedió en estusiasmo al declarar que Estados Unidos «unió la Alianza Atlántica». Y digo exceso porque el mayor apoyo e impulso a la OTAN provino de la invasión de Rusia a Ucrania y no de la sola voluntad o esfuerzo de Washington. Claramente, no se trata de desconocer el indiscutible papel de Estados Unidos en la organización pero esta nueva y renovada coalición merece un contexto. 

También parece un exceso asegurar, de manera tan categórica, que durante los últimos dos años las democracias se han fortalecido y las autocracias debilitado. Algo que puede ser cierto, acotadamente, pero no para darlo por sentado.

¿Y qué dijo sobre «la tierra más fermosa»?

Pues nada directamente. Como era de esperar. Cuba fue mencionada como parte del grupo de países comprendidos en el nuevo parole o nueva política migratoria hacia la isla, Haiti, Venezuela y Nicaragua. Y ya.

Let’s finish the job, es una frase contagiosa que en este contexto no ignora su propia negación pues si espera por los políticos en el Congreso ese «job» no lo va a terminar.

Es muy posible que el de ayer haya sido el primer discurso de campaña con vistas al 2024, caso finalmente Biden se decidiera por la reelección. Puede ser. Si tomamos en cuenta el papel fantasmagórico y nominal al que ha sido relegada la vicepresidenta, Kamala Harris, y muy a pesar de las declaraciones de que Biden sería presidente de un solo mandato, cuando lo cierto es que hoy no se ve a nadie más en ese lugar y eso no es una casualidad sino algo intencional.

Si yo fuera su consejero quizás lo anime a un segundo mandato. Si fuera un familiar cercano le pediría que no, que se quede en casa. Pero si fuera dios, se lo impediría, pues los caprichos a los ochenta años casi siempre lo pagan los que tienen veinte.

 

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