Los que dirigen Cuba están jugando con fuego. Muy erróneamente, sus dirigentes han asumido que son los depositarios de una carta blanca eterna que todo lo explica, justifica y aguanta. También que son los dueños del tiempo y el humor social, cuando puede que a lo largo de la historia no haya existido un error de cálculo mayor y más reiterado.
En Cuba hay una situación revolucionaria que se expresa de muchas maneras. No solo a través de las protestas y manifestaciones públicas sino en el visible hartazgo de los cubanos hacia ese modelo y sus excesos, mediocridades y dilaciones; una situación límite fácilmente contrastable a dos puntas: de un lado tenemos a un Estado que no puede, que demuestra una y otra vez que está incapacitado para encontrar soluciones a los problemas por ellos mismos creados, mientras del otro hay una creciente ciudadanía que ya no quiere; que ya no quiere las mismas respuestas para los mismos problemas; que ya no quiere a los mismos dirigentes para las mismas carencias y falta de derechos; que ya no quiere la misma narrativa para describir una crisis, una verdadera decrepitud, que alcanza todas y cada una de las variables en los ámbitos político, económico y social, con severos impactos en los servicios públicos, la pobreza, la movilidad social, la vivienda, la remuneración, la seguridad social; una crisis sistémica, estructural, de la que no saldrán haciendo lo que hacen y todo indica es lo único que están mandatados para hacer.
Ese hartazgo es cada día más categórico que interpretativo. No es un deseo de los que quieren el fin de ese orden, sino una realidad. De él dan cuenta los cerca de doscientos cincuenta mil que han emigrado en el último año, los miles y miles dispuestos a seguir el mismo camino, los cotidianos dichos y tonos en el espacio virtual y en toda la geografía nacional, las burlas hacia una dirigencia y un sistema que ha perdido un significativo poder de movilización y ha visto deteriorarse y diluirse sus valores simbólicos; de él da cuenta lo ocurrido el 11J, la permanencia de sus causas y el espíritu rebelde que se percibe en los pueblos y ciudades de la isla.
Si el gobierno cubano cree que resolverá estos problemas con represión, amenazas, destierros, regulaciones, uso indiscriminado de su capacidad penal o buscando ahogar a la prensa independiente, se equivoca feo, pues cuando un pueblo se decide a enfrentar a sus gobernantes es muy difícil que esa ecuación compleja se mantenga eternamente. Lo más que lograrán es empobrecer más al país, quemar más capital simbólico y violar cuantas regulaciones y derechos existen, algunos de las cuales alcanzan al propio cuerpo legal cubano.
El pueblo cubano ha sido tremendamente paciente, pacífico y humilde frente a situaciones, prohibiciones y carencias inaceptables, algunas lesivas a la dignidad y la condición humanas, pero todo tiene un límite.
Ya hemos visto lo ocurrido a muchos poderes incontrastables y represivos el día que la ciudadanía encontró los métodos y herramientas más efectivos para acelerar los tiempos históricos.
Lo más sensato, por tanto, sería el inicio de un proceso de profundas reformas progresivas, que desmonten, gradualmente, pero sin titubeos, ese aparato ineficiente, que pretende someter a todo un pueblo a su necesidad de control y poder sin contrapesos.
Todavía hoy, aún en medio de tanta pobreza, exclusión y mal humor social, ese Estado podría estar en condiciones de comenzar, ahora sí, «con prisa y sin pausa», un proceso serio de desmantelamiento de un orden que ni a ellos sirve pues van a terminar, además de derrotados, con mal de conciencia y juzgados, en el caso de aquellos a los que se demuestre dieron órdenes que violan derechos humanos, hayan fomentado los enfrentamientos entre cubanos o promovido las muchas formas represivas en las que ha sobrevivido ese modelo.
No es que le sobre el tiempo a ese Estado para revertir esta tendencia. Así que quienes han pensado iniciarlas el día que Raul Castro muera, que se vistan de patriotas, que sean valientes y lo comiencen a implementar ya; que es falso que ese funcionariado en pleno cree en ese modelo y apuesta por algo que a todas luces no funciona; un sistema que no le sirvió ni a los pueblos más organizados, laboriosos y perseverantes que el cubano.
Las autoridades cubanas no se deberían demorar más. No deberían contar más medidas. No deberían pensar que algo fruto de unanimidades condicionadas y miedo les funcionará pues se les acaba el tiempo, y van a llegar tarde, mal y por la puerta de atrás a la inevitable hora del cambio.