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CUBA. OTOÑO 2019. PARTE 2

Para Oscar Grandío Moráguez, Ignacio Vera y Jorge Morejón G. Lo prometido.
Está largo pero fue lo que salió. Perdones. Abrazo

II

Pensar el país pensando solo en mí

Mira que hablar de coyuntura…

Explica, porque es tu obligación, pero también deja que hablen los hechos, y así evitas los memes y las burlas y no pierdes autoridad -no pierdes más autoridad, quiero decir, no vaya a ser que te hagas ilusiones. Sobre todo pierdes entre la parte más pensante y libre de la sociedad, la que mueve los hilos del humor social, la que te juzgará en los medios y las redes sociales. Una sociedad que ya no es la de antes, Miguelito, que no es tan homogénea sino diversa, diaspórica, de ciudadanías residencias y deseos múltiples, y que cada vez se interconecta más.

Cambia. Cambia. Y hazlo de nuevo. Entiende que el sistema no cambió pero quienes lo habitan sí. La isla se rompió, se fragmentó. Sus límites son cada día más difusos. Su contención no es la misma. La sensación de isla-isla ha disminuido. Sigue rodeada de agua por todas partes, en la misma maldita circunstancia, pero la gente aprendió a nadar más y mejor y vive en otros tiempos. Por suerte, diría yo, entre tanta mala noticia. Y como muestra de ese cambio, ahí están Periodismo de Barrio y El Toque y El Estornudo y Tremenda Nota y 14 y Medio y Árbol Invertido, si quieres también OnCuba y La Joven Cuba, y los muchos posts y chats en redes sociales y la diarrea de los Facebook Live, Twitter, los basureros y derrumbes en Instagram, las llamadas por Messenger y las entradas y salidas de cubanos en muchas direcciones. Como muestra, todos los parques y espacios wifi, a los que la gente no va a conectarse con su tía de Guantánamo o Las Tunas. Como muestra, los molotes tragicómicos en las llegadas y salidas de los aeropuertos cubanos, las recargas, las remesas y el paquete. Como muestra incluso tú, Miguel Mario, que no estarías donde estás si no hubiera ocurrido a, b, c y g, pues, sinceramente hablando, no te tocaba, ni para ellos ni para nosotros. Entiéndelo. Acéptalo. Adáptate. ¡Cambia! La isla se rompió. Se llenó de puentes invisibles. Puede que a pesar de ti, pero ya no es la misma. Y tú vienes y hablas de coyuntura en medio de la continuidad. Parece un chiste.

Cómo hablarle, cómo decirle, incluso a él, que ofende gratuitamente, y sonar calmado, reflexivo y tierno… Porque el tipo ni mal me cae. Claro, tampoco bien. Ni siquiera regular. Va, el tipo me da realmente igual. Pero no es como los anteriores. Mucho menos como el que se construyó y regaló el sistema, pues nadie me convencerá de que no lo hizo para él. Nuestro Luis XIV. Nuestro ‘le Roi Soleil’. No porque hiciera ningún Versalles en ninguna parte sino por aquello de ‘L’État, c’est moi’. Y solo yo! Diría esta versión holguinera. Pues ése personaje sí me caía mal. Su omnipresencia. Su obligatoriedad. La permanente necesidad de rendirle pleitesía, de recitar sus palabras y frases, de darle siempre siempre la razón, ya sea a propósito del recorrido de un huracán, las propiedades de la zeolita, la deuda externa, los uniformes escolares, el cultivo por goteo, la hambruna africana, la tabla del 7, los frijoles negros en olla de presión, la capa de ozono, la roya de la caña o la incidencia de la slider de Braudilio Vinent a partir del sexto inning. Daba igual el tema el día y la hora. Había que tragárselo. Y el tipo era perfecto. Infalible. Incriticable. Y no hay nada más aburrido y tenebroso. Un personaje que en más de cinco décadas de tener todo el poder todo el tiempo jamás pidió disculpas, y con solo eso ya se diría todo acerca de cómo ejercía ese poder. Un superdotado. Y claramente no lo era pues la realidad es muy testaruda. Solo basta dar un paseo mínimo por Cuba. No hay que andar tanto. Ni siquiera hay que hablar. Apenas un paseo en silencio. Yo ofrezco incluso la ventaja de que se visiten los mejores barrios, los mejores hospitales y las mejores escuelas. No hace falta ir a los peores. Eso sí, con los ojos, oídos y sentimientos abiertos. Vaya Usted sincero. Y luego me cuenta. Pero la cosa ha ido tan lejos que luego de visto lo visto, el ‘como dijera nuestro querido fulano’ se sigue mencionando como una tabla de salvación y resguardo ante los carceleros del dogma. Esa y no otra es la continuidad que tanto le gusta a Miguelito. ¿O acaso le teme?

Recuerdo que aquella muletilla me reventaba. Me revienta. Yo, que no creo en Dios ni adoro ángeles y solo quería parecerme a mi padre. A mi único héroe. Que ha vivido siempre en su aislada y discreta tranquilidad familiar. Pero bueno… La verdad es que no sé si lo odiaba. Creo que no. Pero sí me caía mal. Bastante mal. Y nunca me impresionó ni deje de pensar lo que pensaba obnubilado con su presencia rodeado de guajiritos rudos que siempre se me parecieron a los guardianes de Rebelión en la Granja. No me impresionó ni siquiera la primera vez que lo vi y escuché de cerca, en persona, a menos de un metro. Tampoco la última, cuando era ya un viejito débil a quien nada se le entendía y tenía los huesos de la espalda puntiagudos, como angulares, esta vez más cerca incluso. Ahí sentí lastima, por el ser físico, por el anciano que apenas comía croquetas de vegetales y tomaba té, no por el símbolo. Con él me pasó que nunca me gustaron los tipos insensibles, los malos amigos, los padres ausentes, los homófobos, los líderes soberbios, los cheos, los mentirosos, los competitivos y tramposos full time. Y el tipo era todo eso. Y claramente mucho más. Hoy su fantasma también me cae mal. Y no creo que el país tenga futuro si se le sigue mencionando tanto, como modelo de algo. A los narcisistas hay que ignorarlos. Esto empezará a ser otra cosa el día que no se le mencione y se mire adelante. El día que aparezca en la enciclopedia cubana como una referencia remota de una época que merecieron otros, más talentosamente humanos, como concluimos alguna vez un grupo de amigos. Algo así como Fulano Biran (08/13/1926-11/25/2016). Dictador cubano. Para más información ver Orquesta Los Van Van, página 735. Cualquiera tendría más cosas que decir, testimonios que contar, pero me da pereza pues ya sé que esto no construye, no aporta mucho, solo divide. Hablar del tipo sin sacar ronchas es como pretender acercar posiciones empezando por el final.

Pero con Mario Miguel, qué hacer con él, dónde ponerlo… Además de su falta de carisma, de su ausencia de gracia y seducción natural, con su voz rocosa, a veces temblorosa y rasgada, incluso cuando lee (dice Juan Juan que tiene nódulos cancerígenos en las cuerdas vocales, que no está bien de salud), le imprime una chatura a su mandato que muchas veces da pena referirse a él. Es un bullying de nuevo tipo, como ir acosando al poderoso. Pareciera que no pero a mí me pasa. Si total, él se define a sí mismo cuando pide, enardecido él, construir el comunismo y fortalecer el trabajo ideológico entre una población que tiene tantos problemas que a veces ni colchones tiene. No hay crítico más severo y más mordaz con él que él mismo. Pero no se da cuenta, y si se da cuenta bastante bien que lo disimula pues todo está en sus propias palabras y en su tono cansino. Basta darle un micrófono. Y ante eso no habría mucho que agregar para no resultar cargante, reiterativo.

III

Coyunturalidad

Pues bien, ayer finalmente intervino en el programa de la estrella y ambiente naranja, que vi desde mi nuevo ambiente, y todo se puede resumir en que el país atraviesa un período complejo con el suministro y acceso a las fuentes de energía pero que será coyuntural. Las causas, siempre según Miguel Mario y su ministro de Economía, serían imputables, en primer lugar, al cerco estadounidense y el recrudecimiento del embargo/bloqueo. Y ahí nuevamente y de manera automática aparecen las contradicciones de fondo entre sus nuevas palabras y sus eslóganes constantes. Si este problema de suministro fuera realmente imputable solo al embargo/bloqueo ¿cómo es posible que sea coyuntural, que no haya existido antes en esta magnitud y cómo evitar que este evento sea reincidente después? ¿Qué entenderá por coyuntural? ¿Acaso el embargo/bloqueo es temporal, espasmódico, inefectivo a veces y otras veces no? Acá hay algo que no cierra. ¿Acaso Cuba no puede comprar combustible a otros de la OPEP o a Noruega, Rusia, etcétera? Ya sabemos que no, que no siempre, y no solo por el embargo/bloqueo, que sin dudas existe y bien valdría la pena barrerlo como variable injusta y distorsiva, pero no puede porque ese es otro asunto, de fondo, relativo a los ingresos del país, a lo que produce y no produce el país pues no se puede distribuir lo que no se produce. En resumen, él eligió la palabra coyuntural para referirse a una etapa superable, corta, aunque después fuera alargando su temporalidad hasta dejarla en un periodo meseta indefinido, a cierta permanencia que solo contradice la coyunturalidad. Y ya nosotros sabemos lo que significa ese plazo.

En cualquier caso, hay que tener valor para hablar de coyuntura. Pero lo hizo.

Acá vale una aclaración. Yo no critico personas sino funcionarios públicos, que son nuestros empleados, que son los empleados de mis padres y sobrinos y amigos, que muchas veces no pueden decir lo que yo; empleados estos, además, que funcionan con nuestros recursos, que tienen obligaciones con nosotros, acá allá y en cualquier lugar. Que están ahí para rendir cuentas y buscar soluciones y no para dar órdenes ni infundir miedo. Eso es así en cualquier república. Pero Miguel Mario puede y debe hacer con su vida privada lo que más le convenga y ojalá tenga salud y suerte, él y su familia toda. Sinceramente lo digo. Pero acá yo hablo de otra cosa. De lo que nos compete a todos, de lo que creo, y no me importa a quiénes les gusta y a quiénes no. Como cualquier otro tiene derecho a decir todo lo contrario o quedarse callado.

En su intervención Miguel Mario también dijo algo varias veces peor. Que la cosa eventualmente se solucionará con tendencia a la normalidad cuando llegue un barco cargado de combustible, que debe tocar puerto cubano el día 14. En dos, tres días después. Un barco. Uno! Que un país de economía abierta y dependiente de fuentes de energía del exterior se logre estabilizar con apenas un barco de combustible es para una novela. Sería algo así como resolver los problemas de falta de agua en una casa con apenas una botella o un cubo. Como llenar una cisterna con un gotero. Pero nada, fue lo que dijo.

Acá duele pensar que todo es por culpa de un barco que no llega, que se atrasa, que no lo dejan avanzar, o que la vida de alguna forma se paraliza por un simple barco en medio del mar. Aunque dolería más ser ingenuo. Imaginemos. Un pobre y solitario barco en medio del océano. Un océano largo, ancho y peligroso… Otro chiste. Alguna gente espera que ese mismo barco sea el que traiga el puré de tomate y la mantequilla y las frazadas de piso y las medicinas y otras muchas cosas más, pues las tiendas y mercados están vacíos, aunque la ministra del ramo asegure que no hay ningún problema de desabastecimiento. The new normal and alternative facts como un todo en uno. La nueva pastilla en ayunas. Con algunos socios me tomo el trabajo de decirles que no, que los productos en falta deben venir en barcos diferentes pues “son tantos que se atropellan” (los productos, no los barcos) y no cabrían no ya en un solo navío sino en toda una flota. Claro que nos reímos.

A esta altura ¿qué más se puede esperar?

Desde ya la gente interpreta no otra cosa que el disparo de largada oficial de una nueva crisis, o de profundización de la que ya existe, o de oficialización de un nuevo periodo de escaseces que en el imaginario público remite a los noventa y en el de ellos también pues aseguraron que el país estaba más y mejor preparado que en ese momento, pero siempre como un referente. Si nos atenemos solo a las variables manejadas esto último puede ser cierto, según trabajos independientes que he leído. Ahora bien, ¿cómo y quién mide el hartazgo, el desánimo, la sumatoria de muchas crisis, la erosión gradual en el discurso entre hace treinta años y hoy? Sí, han pasado treinta largos años. ¿Quién mide el poder aglutinador y de sometimiento del fallecido fulano, con todo un sistema a su alrededor por él creado? ¿Cómo estar seguro de la capacidad de respuesta de la ciudadanía frente a una nueva mala noticia, que no fue del todo súbita pues todos la esperaban e intuían? ¿De dónde sacarán la plata que necesita el país para que funcione, aún a los tumbos, con un turismo disminuído, con menos ingresos por servicios profesionales y médicos, con incremento del dólar en el mercado paralelo, con precios topados que desestimulan al productor, con taxistas y cuentapropistas golpeados una y otra vez? ¿De dónde?

Lo cierto es que todos cuantos vi se burlaban de lo ‘coyuntural’. Y esto es absoluto: todos.

Bastaron apenas unas horas para que las gasolineras de la Habana dejaran de vender combustible. Para que las colas fueran muchas y largas. Las colas de autos, en este caso. Vi una de más de ocho cuadras en la gasolinera de 24 y 23 en el Vedado. Vi muchas. Rodeando bombas de combustible viejas y sucias. Y el transporte pasó de malo a inexistente, en muchos casos. Todos los días veía la cola de la 400 y parecía la misma. Interminable. Eterna. En un panorama triste. Desolador. Ver personas mayores con jabas de supermercado derretirse en la espera. Quizás visitarían un familiar enfermo. Quizás llevaban un almuerzo a un hijo que terminó una guardia. Quizás iban a una cárcel. Quizás quién sabe. Serían muchos los quizás. Todos atendibles. Todos indefensos. Luego pasabas por el mismo lugar horas después y la gente seguía en las mismas.

Han tomado otras medidas. Como disminuir jornadas de trabajo y estudio en algunos lugares y aplicar más medidas de control energético. Quizás nunca se sepa, pero creo que llegaron a septiembre con el último suspiro, que no daban más, y que hicieron lo imposible por evitar apagones y rigores en julio y agosto, durante las vacaciones.

Pero como nada es en blanco y negro, la buena noticia de esta mala noticia es que en la Habana desaparecieron los policías de tránsito, que eventualmente son todos, que gustan de demostrar su miserable poder muchas veces sin necesidad, para joder, por envidia, pues los pusieron a controlar las paradas y a obligar a todos los autos estatales a llevar pasajeros. Eso no sé si esta mal o bien. Eso es una consecuencia de todo lo anterior. De seguir arrastrando el error. ¿Por qué tienen que haber tantos autos estatales?

Es desesperante o imposible encontrar combustible. En especial petróleo. Justo el que necesitaba el auto en el que andaba. Me daba vergüenza consumir un combustible que yo no había comprado ni podría comprar. Yo vigilaba el bombillo. Todo el tiempo miraba al bombillo. Y tenía varios compromisos de entrega pendientes. Viajes a Playa y Alamar, visitas al Vedado y Lawton. Y todos los días a la Habana Vieja y a ver a mis padres. Solo una vez en dos semanas, y casi por casualidad, pude llenar el tanque. No tendría como agradecer a mis primos, les digo primos no porque lo sean en la realidad sino porque han sido más que familia y así los siento, mis primos, y las atenciones que han tenido, sobre todo ahora en medio de estos graves problemas. Sin su ayuda habría sido imposible terminar la restauración del estudio. Gracias aseres!

Como siempre ha sucedido con los desabastecimientos en Cuba, no importaba el dinero. Cuando no hay no hay. Es como caer en un hueco negro. Con total ausencia de materia.

Los autos privados de alquiler se mueven a 1 cuc para donde vayas, en tramos cortos, los regulares que siempre costaron 10 pesos cubanos. O sea, 25 pesos. Casi súbitamente.

Llevo ocho meses reconstruyendo un apartamento-estudio en la Habana Vieja. Tal vez este tema merezca más espacio y alguna reflexión pero ahora no lo siento, estoy muy encima de él. Agotado. Baste decir que el día que con sinceridad se cuente la historia de estos años, un capítulo especial debería dedicarse a los chapuceros. Hay chapuceros de todos los tipos, profesiones, provincias y clases sociales. Albañiles y arquitectos, abogados y secretarias, peloteros y funcionarios del PCC, cuentapropistas y policías, estomatólogos y babalawos. Luego se dan las combinaciones. Y ahí aparece el chapucero instruido, el del interior, el simpático, el solidario, el que cree que sabe o ese summum del contrato fallido automático que sería el chapucero vago. Si su mala suerte es proverbial prepárese para una mezcla de todo lo anterior.

Yo ya me río. Pero mucho ha llovido, mucho me he mojado y no escampa.

Una vez más no me es posible hacer turismo en Cuba, por más que me encanta ver a mis amigos, los pocos que me van quedando por acá, aquellos que veo con más frecuencia. Cuba, y sobre todo la Habana, me pesan demasiado como para que me haga el distraído con los nuevos hoteles o los viejos hermosos balcones con sus herrajes.

Yo no voy a lugares del Estado ni hoteles del Estado ni restaurantes del Estado. Los evito en lo posible. Más de una vez directamente los he rechazado. No por cuestiones ideológicas sino porque son malos, muy malos. Incluso paso de los nuevos. Sea el Kempinski o el Parque Central o el que sea. No me interesan. Para mí lo único medianamente disfrutable, amigos mediante, son algunas paladares. Como ‘La Corte del Príncipe’, por ejemplo, a donde regresé con dos amigos que no mencionaré -con toda intención. Es un buen restaurant. Lo pongas donde lo pongas. También regresé varias veces al ‘Café de la Esquina’ en Paseo y 5ta, donde ya me conocen pues me aficioné a los helados de guanábana, guayaba y mamey y a los calzones, que ellos le llaman picos. Muy buenos. Esas son mis salidas y escapes en la Habana. Visitar paladares y descubrir las nuevas.

IV

En la noche me senté nuevamente en la acera en Víbora Park, buscando pensar en otro lugar, o más bien en otro momento, mientras intentaba robar brisas gratuitas y matar el tiempo.

Imaginé que algo así debió hacer el hombre de las flores en su isla distante, en aquel tiempo en el que no existían las religiones ni la corriente alterna ni ninguna realidad simbólica.

Qué libre y solo debió estar aquel pequeño primo lejano en medio de la oscuridad -pensé-, cuando pasaba sus días y noches haciendo y conservando fuego y buscando seguridad y abrigo para su pequeña tribu de hobbits. Qué afortunadamente solo y temeroso debió estar en su escenario de selva e insectos igual de oscuro al mío.

Una gran ventaja del floresiensis respecto a nosotros es que no acumulaba basura pues todo se integraba naturalmente y no necesitaba que nadie viniera a recoger ni a ordenar nada.

En este lugar y ahora todo es diferente. Acá se es dependiente de muchas cosas. De muchísimas cosas. Ya hace más de una semana no se recoge la basura, y con los problemas con el combustible quién sabe cuándo regresen.

Ya sé que estoy obsesivo con el tema pero convengamos que uno dice basura porque es el vocablo comúnmente aceptado, pero esto es algo más, algo diferente. Un espacio en el que se reúnen desperdicios y podredumbres y escombros de varios días, de semanas, pues aunque vengan alguna vez casi nunca se lo llevan todo. Eso para no hablar de ese liquidito oscuro, carmelitoso y brillante, una especie de extracto de la inmundicia, que chorrea por la calle, como mierda concentrada en estado líquido.

En el desbarajuste de la esquina también hay gatos y nailons rotos y harapos viejos y metales retorcidos y maderas podridas y moscas, muchas moscas, y perros callejeros. Se siente el hedor pesado de la mezcla de heces con gusanos con comida y vegetales descompuestos.

El basurero de acá tiene dos tanquetas grandes, azules, de un plástico barato que no creo dure mucho, que aparecen como enterradas en una esquina en triángulo, en un islote de inmundicias que es visitada por al menos tres buzos (vaya nombre para esos infelices) que he identificado y que extrañamente nunca coinciden, se alternan, como si se pusieran de acuerdo. Y uno se pregunta, ¿qué sacan de ahí?, ¿qué pudiera servir? Todo indica que son básicamente latas y botellas plásticas que luego venden a los que envasan leche y yogurt y jugo y puré y demás en la bolsa negra. El peligro es más que obvio. Yo no me confiaría en darle de beber de ahí a ningún niño. Siempre pienso en cómo estarían mis hijos viviendo acá, sobre todo ellos que adoran venir a la Habana aunque pasen un hambre de gulag.

La basura es un sello triste pero también peligroso pues últimamente todas las enfermedades contagiosas que han llegado acá han quedado. No se fueron más. ¿Qué tiene que pasar para que la gente deje de ver esos actos violentos como eventos naturales, como normales? Difícil respuesta, caso la haya, aunque para mí es claro que mucho no pueden hacer. Pero tampoco se deberían tomar esos vertederos con tanta naturalidad.

Los tanques de basura habrían sido un buen resguardo para el hobbit, pensé. Se escondía en el tanque azul y cuando entrara el primer gato ya resolvía la cena. No tengo dudas de que comería gatos y perros y cuanto se moviera.

Ya sé que es una idea arbitraria meter a un hobbit en un tanque plástico azul a comer gatos, aunque luego de ver la Mesa Redonda pensar así no me parece tan grave.

A propósito de la joda y las risas del otro día con el ‘Viva la revolución’ en medio del apagón, recordé que burlarse de un Viva es algo serio pues lo he practicado y sé lo que se siente. Adrenalina de la buena. Gran risotada espontánea e inevitable que se da más como escape que como evento feliz. Como la que experimenté en la boda de una ex-companera de trabajo, quien justo después de firmar el acta matrimonial no sintió, no se le ocurrió, virarse hacia el novio ya esposo que tenia a su lado y darle un beso, un abrazo, o pedir buena fortuna para la pareja y para todos los presentes, que éramos muchos, sino que se limitó a pedir el silencio y la atención de todos, a alzar su copa y a pedir, sin sombras de dudas, un brindis por… ¡el Jefe! Así mismo y en estéreo. Por la salud del Líder. Un brindis por el mismísimo bolae’churre, a quien llamó por su nombre de pila, en medio de aquel contrato que, ingenuo yo, creí reservado para cuestiones más personales y sinceras.

¿Qué la obligó? ¿Habrá sido el amor, el miedo, el interés? ¿Una mezcla de todo eso? ¿Yo le tenía que creer o eso fue solo para la gente del Consejo de Dirección?

A mí por poco se me cae la copa, llena de un champán peleón y tibio, pues no podía concebir escena más increíble cuando uno se compromete con cualquier otra persona que no sea precisamente el Jefe, como era el caso. De haber sido yo el novio-esposo ahí mismo me habría divorciado.

Por cierto, al Jefe-Lider-bolae’churre no lo menciono porque evito llamarlo por su nombre, con toda intención, o sea, porque no me da la gana. Con el actual presidente de los Estados Unidos me pasa lo mismo.

Pero volviendo a la historia, lo cierto es que aquel día por poco exploto de risa delante de todos. Era incluso más hilarante ver la estudiada y nerviosa seriedad de casi todos los presentes con sus copas en alto -con muy pocas excepciones que recuerdo bien-, quienes enfrentaron el evento con una naturalidad imposible, como si fuera lo indicado, lo más natural, algo común a cualquier boda, un brindis necesario y obvio, como si el Viva estuviera estrechamente vinculado a tu próxima promoción profesional. Y sí, lo estaba…

Recordé entonces los muchos años que detestaba todo aquello y criticaba y me burlaba, todos los minutos de todos los días cerrando el siglo y abriendo el otro, incluso con mis amigos más ortodoxos, que me llamaban liberal y apático y Hatuey (por suicida), hasta que me convencí de que ni él ni su hermanito ni su socio de la cuchara en el bolsillo ni el otro que le gustaba pasear en moto buscando jevitas de edad escolar merecían tanta atención, ni siquiera para burlarse; que había vida en otros pensamientos y seguramente en otros lugares. O sea, ya sabía que cuando acaba la burla o la risa, eso que pretendes chotear seguirá estando allí, que no se va a ir ni va a desaparecer, y que arribar a esa conclusión también nos llenará de impotencia. Y que el ciclo seguirá siendo interminable hasta que dejemos de reírnos de nosotros mismos creyendo que es de otro o de lo que nos falta. Nos reímos de nosotros, chavales. En el mejor de los casos de nuestra mala suerte. En el caso del brindis también me reía y me burlaba de mí, en primer lugar, porque, ¿qué cojones hacía yo allí?

Llevé a mis padres al hospital. Estuvimos casi media hora esperando el elevador. Había cola para acceder al elevador. Una para médicos y trabajadores y otra para pacientes. La doctora fue tierna y cariñosa y me pareció capaz. Eso a veces se siente, aunque no seas médico, pues chocas con una narrativa coherente y segura. Mis padres, los dos, son pacientes de prácticamente las mismas enfermedades crónicas para las cuales ahora no hay medicinas ni en farmacias ni en bolsa negra. Desde hace ocho años suministro medicinas a ambos, de manera regular, aunque no cubro todas sus necesidades pues allá han logrado conseguir otras durante este tiempo. A partir de ahora parece que eso cambiará y que tendré que buscar nuevas fuentes de suministros pues todos los medicamentos son por receta también acá.

Me cuesta un mundo hablar de la salud pública, de los hospitales, como de la política exterior cubana. Acá reconozco que me autocensuro.

En algunos de esos hospitales tengo amigos que son de toda la vida, excelentes amigos, gente entrañable, casi hermanos, excelentes padres y excelentes profesionales, que hacen lo mejor que pueden y más, que ayudan a mucha gente enfrentando mil dificultades. Algunos, creo yo erróneamente, por esos extraños vericuetos de las palabras análisis, sinceridad y compromiso, verán estas críticas como lecturas amargas e inmerecidas, mientras yo las veo como la única forma de superar cualquier problema, atraso o contingencia, como algo inherente al desarrollo y los derechos de opinión de cada quien. Para mí, y frente a esto, el bien público, son más necesarias las críticas que los halagos y las palmaditas en el hombro luego de la emulación sindical. Pero en fin, resumiendo, la salud pública anda mal. Hace rato anda mal. A veces peor que mal. El acceso universal no lo es todo ni garantiza per se un buen ni un regular servicio. Este es un tema complejísimo, a nivel político, ideológico, social, profesional y humano. Solo sé, y lo digo con dolor, que mi hermana habría sobrevivido a sus cuarenta y cuatro años si hubiera estado en otro lugar.

También lleve a un amigo al hospital. Otro día. Su consulta, que fue otro “favor”, habrá durado diez minutos, como mucho. No hubo uno solo que la doctora no fuera interrumpida. Por otros médicos, por la asistente, por las dos residentes, por las dos llamadas que recibió al celular. Y así. A mí no me maravilla que suceda todo esto. A mi me asombra que ocurra y se presente como algo normal. Y parecía lo normal.

Tengo respuestas para mi pregunta de hace unos días acerca de lo que funciona bien o regular en Cuba. Es solo una pregunta retórica pa´´ los jorocones, pa los talibanes de cuello tieso que viven de recargas del Estado. Pero puedo decir que en Cuba funciona bien o regular, siempre comparativamente hablando, el sistema de enfrentamiento a los desastres naturales, los bajos indices en los delitos graves (asesinatos, desapariciones, rehenes, robo de niños), el programa materno infantil, las campañas de vacunacion infantil, la medicina universal y preventiva, aunque sea solo como principio, el derecho al aborto, y asi unas pocas más de esta naturaleza. Casi todas beneficiarias de un sistema verticalista y de mucho control social, sin contrapesos, como ventajas colaterales inherentes a los sistemas de este tipo. No creo que mucho más.

Hoy trato de tomarle el pulso al barrio, su gente, lo que cambió y lo que no. Me interesa abstraerme de la dulzura, de la cursilería de un Buena Fe que suena a lo lejos, de eso que se te pega al oído aunque quieras apartarlo, como los slimes con que juegan mis hijos, esa cosa babosa e insoportable, pero me pregunto qué habrán hecho esos guantanameros para lograr exhibir la ilegalidad de vivir en la Habana, no porque me interese que regresen al Guaso y mucho menos porque los destierren, sino porque me molesta la discrecionalidad, el uso de leyes a destajo, por conveniencia y sociolismo.

Veo muchos gatos. Veo muchos gatos de nadie que espero sobrevivan la coyunturalidad.

Pobres gatos, pensé. Por acá serían algo así como seres de reserva. Tan despachables como aquellos homos de las flores, a quienes nos templamos y nos comimos, a quienes arrasamos a la primera oportunidad. Solo desaparecieron cuando llegaron los Sapiens a aquella isla distante, hace una friolera de 500 siglos, en una historia exquisita y terrible, discutible, como son todas las historias, cuando no existían los símbolos, como ya dije antes, pero lo repito porque esto es importante, trascendental, para entender quiénes llegamos a ser, en qué nos convertimos.

Desde el contén se escuchaban murmullos que llegaban desde todas direcciones. Era aburrido y triste lo que estaba sucediendo afuera pues por más que no me interesaba profundizar en el tema, esa ambientación forzada me llevó a momentos anteriores semejantes, en un clima semejante, a chistes semejantes, a pensamientos semejantes, siendo el único elemento novedoso el basurero de la esquina. Nos quitaron la esquina, dije hacia adentro. Y acá la tristeza no llega solo por las malas experiencias sino también cuando tienes la certeza de que esto que estás viendo se seguirá reproduciendo, que no habrá recuperación posible. Pobre gente, pensé.

A veces recuerdo los Fundamentos de la Politca Exterior de Cuba, solo a veces, y hoy creo que este país no será una isla pobre y dependiente del tercer mundo en medio del Caribe. Sino que ya es una isla muy pobre y todo lo demás que sigue. Y a partir de ahí formulamos quiénes somos y aspiramos a ser en un mundo complejo, así como el potencial reflejo e impacto en los seres que la habitan. O sea, serán pobres mis padres al final de sus días, pobres todos los padres de todos los hijos, de acá y de allá, después de tanto, pensé muchas veces, tirado en la acera, cuando me alcanzó la idea terrible de que mis padres no me habrían dejado solo marchándose al exterior como un día hice yo. Me convencía de lo obvio pero también de lo improbable. Me dolió estar lejos cuando más falta les hago a quienes más han hecho por mí. Verdad espantosa, cruda, por ser tan cierta, como esta noche espesa y conocida.

Luego busqué conectarme de nuevo con aquel tipo de vida simple, quien con toda seguridad no extraña ni se molesta por nada de lo dicho ni porque acá se insista en subsidiar productos y servicios y no personas y en no hacer nada de nada buscando cambiar lo mucho que no rueda.

Qué suerte la del tipo de las flores. No tener que esperar nada de nadie ni de ninguna balsa hecha y pensada por otros: su vida y todos sus peligros son suyos.

Sabe bien pensar en seres lejanos. Es seguro. Y te compromete poco, casi nada. No te hiere.

Y así, mientras sigo pensando en cosas y eventos lejanos, acá, ahora, a toda hora y seguramente mañana, los basureros se desbordan y los tumultos en paradas y gasolineras forman parte del paisaje.

Vibora Park, Septiembre 12-18, 2019

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