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Foto: AP

PRIORIDADES DE LA POLÍTICA EXTERIOR DE ESTADOS UNIDOS. CASO CUBA. PARTE 1

Desde hace rato creo que tanto Biden como el equipo de trabajo dirigido por el secretario de Estado Anthony Blinken están trabajando con seriedad y responsabilidad los muchos y muy complejos temas de la agenda internacional.

No es tarea sencilla volver a ocupar lugares anteriormente abandonados pues el resto de los actores y las variables que en ellos inciden continuaron interactuando y acomodándose a ese vacío, a ese “new normal”. Y acá hablamos del vacío que deja la primera potencia en variados lugares estratégicos. Por tanto, no es nada sencillo regresar a un lugar que en algo o en mucho cambió, buscar reencauzar y rearticular los vínculos con los aliados, y mucho más complejo con los contendientes, en particular con China, Rusia e Irán. Todo en medio de la pandemia, la promoción y búsqueda de paz social al interior de los Estados Unidos luego de la dramática fractura ideológica y social de los últimos años, la reactivación económica y comercial, y muchos otros temas de la más alta prioridad definidos inteligentemente, me parece, por este ejecutivo (a inicios de marzo definieron 8 objetivos centrales y unos pocos principios a tomar en cuenta, lo cual merece un espacio aparte que excede a esta entrada).

Tampoco he dudado que busquen hacer las cosas bien con respecto a Cuba, a pesar de los muchos retos, la alta complejidad de la relación, la búsqueda y necesidad de respuestas al dilema de los llamados “ataque sónicos”, lo experimentado por este mismo ejecutivo -para bien y para mal- durante el deshielo de Obama, sumado a los escasos réditos (relativos) que Estados Unidos pudiera obtener de todo ello. (Tema que también merece un  espacio propio)

Digamos que Cuba no ha dejado de ser un vecino incómodo. Que no sea, ahora, una amenaza a la seguridad nacional de este país no niega que siga siendo una piedra en el zapato. Que aún a nuestro pesar, esa incomodidad, al final de la ecuación, la pagamos los cubanos. Que la enemistad con Estados Unidos ha sido la mejor apuesta/estrategia de ese sistema y la que más cara hemos pagado los cubanos, en especial los de la isla. Que Cuba sigue siendo un vecino que no da muestras de querer mejorar ni siquiera en medidas y valores que a quienes primero beneficiarían seria a los propios, tanto de la isla como de la diáspora. Y se podría decir mucho más. Pero más allá de la voluntad, real probable o inexistente del gobierno cubano, es muy poco el rédito, verificable y concreto, que pudiera obtener Estados Unidos de una relación que tiene implicaciones directas en la política doméstica, en el escenario regional y global, con un país que no constituye un gran mercado y está en crisis, para muchos terminal o de muy difícil resolución.

No es que Cuba no sea importante en nada. Es que cada vez lo es menos en términos comparativos, en términos relativos, con respecto a otros actores, otros tiempos y las nuevas agendas.

¿Quién es el que tiene que cambiar?

Han sido muchos los nacionales cubanos que, llenos de una machanguería poco práctica, sobrado entusiasmo y motivaciones e intereses de todo tipo, han mostrado su frustración por no recibir las respuestas que ellos esperaban del actual ejecutivo norteamericano en los tiempos y de la manera que ellos esperaban. Hay muchos nacionales que se creen el ombligo del mundo y se valoran desde esa excepcionalidad.

También han sido muy visibles las molestias e inconformidades de los analistas y opinadores de todas las categorías y saberes respecto a la demora de Biden en remover las medidas de Trump respecto a Cuba, muy posiblemente debido a las infladas y erróneas expectativas y plazos creados pero también a las múltiples incomodidades en la vida cotidiana en la Isla y la incapacidad en transmitir esa misma frustración e ira al gobierno al que en primer lugar le deben pedir todas las explicaciones los cubanos, que es al de Cuba. Sí. Porque esos señores están ahí para eso. No para pasarles la mano con tanto temor y cuidado. Que si no saben manejar bien y con éxito “el pollo del arroz con pollo”, pues una razón más para estar sobrados. Además, si tu propio gobierno no te escucha, e incluso te ignora, ¿quién más y por qué estaría obligado a hacerlo?

O sea, frente a la muy evidente, compleja y profunda crisis cubana, son muchos los analistas que le han entregado un peso desproporcionado a la eliminación de las sanciones implementadas por Trump (Mesa Redonda dixit, en buena medida) y no tanto a la necesidad de cambios estructurales inherentes al sistema o modelo impuesto soberanamente por Cuba. 

Pensarán, con cierta razón, que es más fácil presionar y obtener algo del nuevo ejecutivo norteamericano que soluciones integrales del propio. Un propio que si algo ha demostrado es su profunda resistencia al cambio, salvo para cuestiones puramente cosméticas.

Es difícil responder, con sinceridad, a la pregunta de por qué sería el otro, el ajeno, quien tiene que cambiar cuando eres tú quien la pasa mal y peor y poco o nada haces, mientras sostienes campañas que hablan de continuidad en las mismas decisiones y políticas que acá te han traído.

No es que no exista nada que reclamarle a los Estados Unidos, país que debería abstenerse de incidir directamente en los destinos de Cuba y los cubanos, obviamente, sino de cuáles son las prioridades, las capacidades reales y los caminos a la hora de exigir. Y acá ese orden está no solo invertido sino que buena parte de esos analistas y formadores de opinión solo le reclaman a una de ellas, lo cual denota, además de un camino sin salida, o tremendamente limitado, poca seriedad y deshonestidad cívica e intelectual.

Así, casi todos los patriotas excepcionalistas les han concedido un peso y una importancia a ese país, Cuba, que a todas luces, si se toman en cuenta con frialdad y objetividad la disminución gradual pero verificable de su capacidad negociadora y su importancia a nivel regional y global, así como su demostrada incapacidad para adaptarse a los valores y derechos de estos tiempos, podríamos entender que cada día vale y pesa menos, por mucho que nos duela mirar de frente a esa incómoda realidad.

Un país que arrastra una crisis sistémica, improductividad de décadas, desabastecimiento crónico, pérdida de ventajas comparativas, en virtual cesación de pagos, con un potencial migratorio de millones, con escasa o nula movilidad en sus principales variables y con dilemas no resueltos en el ámbito de las libertades civiles y políticas, difícilmente pueda constituirse en un actor priorizado en la arena internacional.

De esta forma, y simplificando lo que es mucho más rico, variado y complejo, Cuba dista mucho de ser una prioridad para la política exterior de los Estados Unidos, a pesar de las 90 millas, los 10 congresistas y senadores de nacionalidad cubana, algo realmente asombroso y desproporcionado tomando en cuenta el peso específico de ese país y el de sus nacionales en los Estados Unidos, y los cerca de dos millones de compatriotas que tienen su residencia en la primera potencia.

Nada de lo anterior parece ser suficiente. Y no lo es, además, porque esa isla del Caribe se constituye en elemento de atención para la política externa norteamericana por valores generalmente negativos: potencial migratorio, contribuciones a la (probable) desestabilización de los países del área y más allá, enemigo ideológico, léase estratégico, aliado de los principales contendientes de este poder, frontera común y cercanía geográfica poco amigable, serios e históricos problemas de confianza en ambos sentidos, etc y etcétera.

¿Qué haría Biden?

Sin embargo, muy a pesar de lo anterior este parece ser un ejecutivo que no tiene interés en escalar en él o los conflictos con Cuba y alguna salida habrá estado buscando en estos meses para los temas más complejos y aquellos de implicaciones familiares y humanitarias. A saber, reanudación de los trabajos consulares, reapertura de la embajada en La Habana, puesta en marcha de herramientas financieras para el envío regular de remesas, regreso de los vuelos comerciales a las provincias cubanas y otras medidas de este tipo que serían de fácil implementación pero que este ejecutivo, que tampoco se chupa el dedo, no tendría porqué regalar en tanto constituyen activos y elementos negociadores. (Y acá no me refiero a mis deseos o intereses personales sino a los hechos, a cómo funcionan estos procesos de toma y daca, de quid pro quo, entre Estados con intereses contrapuestos o distintos. Hay que negociar. Y toda negociación comprende temas, intereses, y mínimos y máximos específicos para cada quien que se van ajustando)

Es muy posible que la propia pandemia y los cierres también hayan ralentizado muchos de estos procesos y decisiones pues al final, aunque se abra nominal y declarativamente el consulado en la Habana, hay que tomar en cuenta que la inmensa mayoría de los consulados de este país han estado o cerrados o trabajando cortas jornadas y Cuba tiene un cierre de fronteras bien largo y extremo que no ha flexibilizado y que afecta en primerísimo lugar a los nacionales de ese país y sus derechos de entrada y salida bajo condiciones sensatas. Entonces, ¿de qué vale cuál apertura en vuelos y consulados ante tanto cierre?

(Cont…)

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