Llegó el día de empezar a hablar de los demócratas. Desde mi acompañamiento crítico, pues yo no me subordinaría a un partido ni siquiera creado por mí.
Pero uno de los resultados más obvios y al mismo tiempo más importantes de las elecciones -en la práctica un verdadero plebiscito-, es que los Estados Unidos se ratifica como un país de centro derecha.
Y esta es una característica que no hay que dejar de lado a la hora de definir candidatos y fórmulas, elaborar mensajes, propuestas y trabajar áreas y grupos sociales
Pero lo diré más claramente: Estados Unidos tiene una mayoría electoral de centro derecha, y ahi hay demócratas, republicanos e independientes por decenas de millones. O sea, ahí está la mayoría del electorado.
Lo anterior lo venimos diciendo algunos desde hace rato, frente a las resistencias, presiones e incluso molestias de los que pretenden monopolizar los altavoces, los principales espacios e imponer la verdad, a izquierda y derecha.
Esa porción del electorado rechaza los cambios drásticos y defiende la tradición, los valores individuales, nacionales y los cívico-republicanos, las instituciones y la empresa privada por sobre todas las cosas. Esa porción del electorado es conservadora.
Pero si Usted tiene dudas del peso de lo anterior, busque los números y el mapa electoral. Atienda la distribución por edades, grupos socioeconómicos, minorías, géneros, distribución geográfica, etc. Y no solo los datos de esta elección sino también los resultados anteriores y vea cómo siguen respondiendo los independientes y los electores de centro de los dos partidos.
Ese grupo, que se estira y encoge acorde a los tiempos, los mensajes centrales y las figuras contendientes, es muy sensible a cualquier pequeña variación en los discursos y propuestas, a elementos muchas veces triviales y hasta falsos pero determinantes. Y es bueno tomar precauciones cuando Usted necesita no espantar a sectores tan amplios, a menos que se asuman unos riesgos que en ocasiones pudieran ser enormes.
Por ejemplo, faltando muy poco tiempo para la elección general el candidato demócrata corrió un riesgo quizás innecesario en el último debate presidencial cuando entró en contradicciones muy evidentes e incluso apeló a falsas declaraciones al abordar el fracking y la política energética.
Yo entiendo y hasta comparto las opiniones de muchos amigos y conocidos que quisieran acelerar los procesos de cambio de estructuras, leyes y aberraciones políticas que arrastra este país por décadas, algunas desde su origen. Pero para tener la posibilidad de al menos intentarlo primero hay que ganar los poderes del Estado. Lo demás es un ejercicio vacío, de deseos, de buenas intenciones o puede que de generación de conciencia pero sin mayor impacto práctico inmediato. En los casos más extremos es simple y pura anarquía.
Por tanto, creo es errado o demasiado idealista creer que acá y ahora una fórmula de izquierda o semejante pueda ser ganadora. Ni siquiera habría garantías de que eso ocurra en bastiones sólidos demócratas, pues de ser así los ejecutivos, legislativos y judiciales de este país a niveles federal y estatales tendrían ahora mismo una composición que francamente no tienen.
Así que, sin dejar de desear y aspirar a lo imposible, al avance de políticas públicas más progresistas e incluyentes, hay que ser realistas: este país es el que es y no el que uno quisiera que fuera, y se construye objetivamente a partir de lo que es y no de lo que sería o habría sido.
Para que el partido demócrata tenga mejores posibilidades de triunfo en 2022 y 2024, en un proceso electoral que empezó justamente hoy, habría que ir pensando en transformar un partido que también se resiste al cambio, un partido que también tiene mucho de corporación y deja o concede grandes espacios y oportunidades a su tradicional contendiente, quien ha sido muy exitoso apelando a la demagogia y el miedo, diseñado para calar entre amplios sectores de obreros, de minorías y de inmigrantes.
Uno de los problemas que veo, y que a muchos molesta, es que los demócratas siguen teniendo las mismas figuras prominentes desde hace prácticamente treinta años o más, en muchos casos. Y esas figuras, ya predecibles, sería tremendamente raro, o acaso imposible, logren renovar su discurso y sumar más adeptos o simpatías que las que ya han logrado. Y acá Hillary es el caso más claro sobre el que han recaído las mayores injusticias, asesinatos de reputación y desprecios inmerecidos de todo tipo pero muy efectivos.
Entre las ventajas claramente identificables que tienen los demócratas hoy la que más destaca es que enfrente está el partido republicano, que es la organización política más peligrosa de la tierra y un grupo con agendas que no van más allá de la demagogia, la promoción del miedo (comunismo, aborto, 2da enmienda, poco más) y las practicas de obstrucción. Ahora mismo el GOP no tiene plataforma pues todo lo ha subordinado al carisma y las manipulaciones de Trump. Pero es obvio que no siempre se alcanza un buen resultado descansando en los defectos o carencias ajenas o dejando hablar y equivocarse al otro.
Sucede que el corazón y la columna vertebral del partido demócrata sigue hoy representado no solo por el recién electo Joe Biden y sus cinco décadas en la política de alto nivel sino, y sobretodo, por quienes han sostenido al flamante presidente electo: los Obama, los Clinton, Nancy Pelosi y algún que otro más de esa altura pues son muy pocos los que conocen al presidente del partido, un burócrata partidista de bajo perfil llamado Tom Perez.
Creo va siendo hora que esa agrupación acceda a tener más coherencia entre mensaje y mensajero. Si eres el mejor o quizás único mensaje a futuro -y yo sinceramente creo lo es, visto lo visto-, entonces tienes que empezar a usar las herramientas de estos tiempos de manera efectiva, dejar de actuar a la riposta como estrategia central, ser más proactivo, más decidido y hacer buen uso de los valores y símbolos nacionales y las muchas virtudes de esa agrupación, pero también promoviendo caras nuevas y personas más jóvenes que traigan otra fuerza, otro ritmo y otros tonos.
Barack Obama me sigue pareciendo el líder más carismático de este país y uno de los más capaces, y lo respeto muchísimo intelectualmente y por su sensibilidad y empatía ante infinidad de temas complejos, pero también tiene limitaciones que cada vez serán más visibles. Difícilmente Obama pueda reciclarse no solo en el que no es sino cambiar la imagen que de él ya tienen amplios sectores de este país.
Párrafo aparte merece esa figura central de la política norteamericana de los últimos tiempos que es Bernie Sanders. Al senador por Vermont habría que hacerle un monumento. No porque alguna vez fuera una real opción electoral, que en realidad nunca fue, sino porque logró correr el debate político hacia lugares y agendas muy importantes pero con escasa o nula visibilidad poco tiempo atrás. Bernie logró poner sobre la mesa del debate nacional el Medicare For All, el pago de las deudas estudiantiles, el aumento del salario mínimo, el mayor control sobre la especulación financiera, la concentración del ingreso, entre otros muchos. Todos asuntos de la mayor importancia y muy positivos para el país y el conjunto de la sociedad.
Creo que lo anterior ha sido su mayor contribución luego de más de cuarenta años en los que en este país casi todas las opciones o miradas eran hacia la derecha a lo largo de todo el espectro político estadounidense (y ahí también se incluyen los Clinton, los Obama et al). Pero en ningún caso es poco ni descartable sino muy destacado lo que ha logrado el senador: instalar en la opinión pública temas de contenido social sin complejos sino con determinación y fuerza.
Bernie, por tanto, merece todos los aplausos, pero esas banderas deben ser enarboladas por otros que tengan más carisma y mayor capacidad se convocatoria, renovando el mensaje.
También es hora de ir agradeciendo a Nancy Pelosi, la Speaker of the House, y actualizar los liderazgos del partido en el Congreso. No solo por el lógico desgaste de su figura en tiempos de gran aceleración sino para que no ocurra algo semejante al trágico final desde lo práctico que nos trajo la muerte de la maravillosa jueza Ruth Bader Ginsburg.
Por todo lo anterior y mucho más es la hora de mayor protagonismo, prominencias y cargos a Pete Buttigieg, Stacey Abrams, Beto O’Rourke, Joseph P. Kennedy III, Al Franken, Cory Booker, y tantos tantos otros, para que ocupen el centro de la escena y no papeles sustitutos o aplazados.
Aún está por ver, teniendo por delante cuatro años de gobierno seguramente complejos, si Kamala Harris está en condiciones de asumir el papel histórico que le correspondería: renovar al partido y ser una opción electoral realmente ganadora. O sea, que no asuste ni genere rechazo en más de la mitad del país. Su llegada a la vicepresidencia es un logro tan o más importante que la presidencia de Biden en su tercer intento al cargo, por ser la primera mujer, representante de una minoría, también por su edad.
Todos estos temas hay que comenzar a pensarlos y discutirlos desde hoy para irlos ajustando gradualmente y encontrar soluciones.
En esa renovación, de mensajes y liderazgos, descansa en buena medida la continuidad en el poder de ese partido, su extensión por todo el país o el regreso a la agrupación tenebrosa ya conocida.